El Pequeño Teatro en sus 50 años, late al ritmo de la Filarmónica de Medellín

Pequeño Teatro celebra sus 50 años con la Filarmónica de Medellín

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En la sede del Pequeño Teatro, todo cumple su rol, como en un gran escenario donde cada elemento tiene su propia voz. No es solo un espacio arquitectónico de muros y pasillos: es un cuerpo vivo, un susurro que se transforma al ser habitado, al ser recorrido, al ser sentido.

Por momentos, la frontera entre realidad y ficción se desvanece. El eco de los pasos sobre la piedra parece marcar el ritmo de una escena invisible, el arco en el umbral se convierte en el vestíbulo de un teatro isabelino, y el aire mismo—cargado de historia—nos susurra su propio guion. ¿Estamos dentro de una obra o acaso somos parte de ella?

Camina uno por sus pasillos de piedra de barro rozada y, de pronto, llega a un arco que parece no decidirse entre la solemnidad de un teatro isabelino y el abrazo cálido de la casa de una tía en Jericó. La parte superior tiene aires de Shakespeare, como si en cualquier momento fueran a aparecer Hamlet o algún duende travieso, mientras que el centro evoca esas casas donde el café huele a historia y el viento arrastra recuerdos familiares. Una combinación inesperada, pero, curiosamente, perfecta.

El aire del Pequeño Teatro palpita con historia. Sus pasillos de piedra conducen a un portón, que parece contener siglos de teatro y memorias familiares. En esa mezcla de lo solemne y lo cotidiano, me encontré con Edw, como si fuera parte del guion de la noche.

archivo personal EDU

Hace años que Edw recorre Medellín con su teatro lambe-lambe, su arte en miniatura, su universo contenido en una pequeña caja de madera. No es un simple espectáculo callejero, es una obra dentro de otra obra—una función que sucede antes de entrar a la sala, como si el telón se abriera antes de tiempo.

Su puesta en escena es todo menos convencional. La utilería de un teatro, el sonido de un podcast y el lente de un antiguo proyector de cine nos arrastran a un viaje que bien podría llamarse distrópico. Porque la historia que Edw cuenta en su teatro en miniatura “El Flautista de Medellín, es, en efecto, una distopía: una ciudad inundada por ratas y un héroe tropical que acude al rescate.

Y así, atrapado en este pequeño acto previo, me perdí por un instante en un universo ajeno a mi propósito original. El teatro no empieza cuando las luces se apagan y el telón se alza—empieza mucho antes, en los susurros de los pasillos, en los encuentros fortuitos, en los gestos mínimos que, sin saberlo, ya te están arrastrando a la ficción.

Cuando finalmente llegué a la sala, aún llevaba en la piel la impronta de aquella pequeña caja mágica, de su teatro en miniatura, de su hechizo contenido. No era solo una función callejera; era un preámbulo, una antesala, un ensayo inconsciente para lo que vendría.

La Filarmónica esperaba con su propio sortilegio. La presentación sugería cerrar los ojos para una mayor inmersión, y en mi necedad inicial me resistí—como si temiera perder algo al abandonarme por completo al sonido. Pero al final, la música me venció. Sin esfuerzo, sin imposiciones, fue ella quien me llevó a otro lugar.

Cerré los ojos. Dejé atrás prejuicios absurdos, el miedo a lo obvio, y entonces lo entendí: la voz de un barítono retumba en la voz interior, la música reverbera en el cuerpo, pone a vibrar cada célula hasta llevarnos a otras esferas de lo sensible. En ese espacio suspendido, el tiempo y la materia se disuelven, y solo queda la vibración pura de lo que es, de lo que existe en el sonido.

Un lugar como este no es solo un espacio físico, es un latido más en la vibrante respiración de la ciudad. En cada rincón, en cada piedra gastada por el tiempo, el arte y la cultura se aferran con la fuerza de quienes creen en la belleza como resistencia. Aquí, las luces no solo iluminan el escenario, sino también las posibilidades de lo que podemos imaginar.

Porque en cada nota que se eleva, en cada palabra que se pronuncia, hay un eco de esperanza. Medellín palpita en sus contradicciones, se debate entre sus sombras y sus luces, pero nunca deja de reinventarse. Y Colombia, como el ave fénix, renace sin cesar de sus hondos dolores y penas, encontrando en el arte no solo un refugio, sino una forma de soñar lo imposible.

Para quienes creen que el mundo puede ser distinto, el arte es la herramienta. La música, la poesía, el teatro… todo nos invita a imaginar futuros posibles, a poetizar la realidad y a construir, con cada escena y cada acorde, un camino hacia algo mejor.

Y qué mejor testimonio de ello que el concierto de gala que celebró los 50 años del Pequeño Teatro, una noche donde la música fue más que sonido: fue memoria, fue celebración, fue transformación. Con aforo total, la Filarmónica de Medellín ofreció un espectáculo dirigido por el maestro Henrik Schaefer, acompañado por la imponente voz del barítono austríaco Gunter Haumer.

El programa de la noche, cuidadosamente seleccionado, incluyó dos joyas de la música clásica:

– Bränningar de Helena Munktell, una obra llena de fuerza y matices, como si cada nota dibujara el oleaje de una emoción profunda.

– Rückert Lieder de Gustav Mahler, donde la voz se convierte en un suspiro que atraviesa el alma, llevando consigo la introspección y el anhelo de lo inalcanzable.

Este maravilloso concierto de la Filarmónica de Medellín, la antesala de Raíces Vikingas, el quinto concierto de temporada que se presenta mañana sábado 14 de junio en el Teatro Metropolitano de Medellín, resuena como un homenaje a la riqueza cultural que ha acompañado al Pequeño Teatro en sus 50 años de historia. Un escenario que ha sido testigo del crecimiento artístico de la ciudad y que, en esta celebración, se une al esplendor de la música sinfónica para reafirmar su legado en el corazón de Medellín.

About Post Author

Jaime Sáenz

Filósofo, poeta y cineasta en formación, Jaime Sáenz combina su pasión por las artes y las humanidades con una visión clara para narrar historias relevantes y profundamente humanas. Con una sólida experiencia en fotografía, teatro y literatura, lidera el portal cultural LIBRESCA, reconocido por utilizar el arte como herramienta de conexión, expresión y transformación social. A lo largo de su trayectoria, ha recibido reconocimientos como el segundo lugar en el concurso “Qué hay detrás del Cine” en 2019 y una beca de USAID en 2022 para la creación de piezas audiovisuales centradas en la migración venezolana.
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