DEL POGO AL PEDAL: CRÓNICA DE UN VIEJO PUNK

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Fotografía Jaime Sáenz

Apenas comenzó el día, mucho antes de sacar mi cicla y disponerme a rodar por las empinadas calles del barrio rumbo a la II PUNKYBICICLETA, en mi cabeza rondó la idea de que hoy sería un buen día para celebrar el fin de mi adolescencia. Bueno, aunque a mis sincuenta años suene algo extraño que esté considerando entrar en la madurez, así lo sentí.

Cuando empezó el primer toque y vi ciclas por todo lado y punketos que no pasaban de los 40 años—con algunas excepciones—el Chicolino, el Pelicano y tal vez yo, éramos los únicos “viejos del parche”, los últimos rezagos de la antigua Banca Punk. Para neófitos de la escena, funcionaba diagonal a Bellas Artes, en una banca en la calle que los punketos de aquel entonces tomamos como guarida. Eran los tiempos del chamber , sacol y punk, nada de YouTube, ni siquiera asomaba el mp3. Puros casetes del entrañable Luisito (que por allá debe estar en el cielo punketo pogeando con San Pedro), quien rebobinaba los casetes a punta de lapicero con la mística de un santo y la paciencia de un obrero.

Fotografía Jaime Sáenz


Al comienzo de la II PUNKYBICICLETA ,me sentí viejo, como si ya no encajara… Aunque eso sí, la música me hizo vibrar y recordar que aún hoy la chispa inicial continúa. Todos esos parcer@s que hoy no están sembraron las semillas para que tod@s esos pelaos se sollaran el toque. Dice un antiguo dicho indígena: “somos el sueño de nuestros abuelos”.
Arranco a rodar la PUNKYBICICLETA  e inmediatamente me monté en la cicla y se me olvidó el tedio que produce tomar conciencia de que se está envejeciendo. Anduve un buen trayecto solo, y por momentos volvía a mi cabeza esa frase que cruzó mi mente desde que me levanté: “hoy era la despedida de mi adolescencia…”

Una de las marcas que hizo posible el evento http://@lagrolleria

Cuando llegué a la Oriental, había un grupo de unos cinco punket@s que, como yo, estaban desorientados. No sabíamos bien cuál era la ruta de la ciclada, así que nos unimos de manera espontánea, como cuando un átomo se une a una molécula. Una de las chicas, si no estoy mal, Anamas, apoyándose en su dispositivo móvil, intentó agarrar la ruta de los demás compas. Pedaleamos y ni rastro del resto de los de la PUNKYBICICLETA.

Fotografía Jaime Sáenz

Por un instante pensé en abandonar el grupo. Yo era el mayor en edad de todos; fácilmente podría ser el padre de ell@s, hasta el abuelo. Aunque esto último ni se me vino a la mente porque, si lo hubiera pensado, fijo hubiera entrado en crisis existencial.

Mi actitud natural ante el aprendizaje de Meliza fue acompañarla en todo el trayecto y meditar sobre algunos valores que mi paso por la escuela punk sembró en mí. Hablo de la empatía, la solidaridad, la hermandad.

Fotografía Jaime Sáenz

Tal vez este sería mi ritual de despedida de la adolescencia: convertirme en un adulto. Me suena muy extraño esa palabra: «adulto», connota demasiada seriedad y aburrimiento. Me da indigestión y se me cae más el pelo si me pongo a pensar en ello. Bueno, la cuestión es que me sentí como asumiendo un rol de protector: ¡Cuidado! ¡Uf! ¡A la izquierda! ¡Cuidado, que el semáforo está en rojo! ¡Esperemos a los chicos que van detrás! En fin, puras palabras necesarias, pero de adulto.

colectivo audiovisual presente durante la PUNKYBICICLETA

Llegamos a Cristo Rey justo cuando ya se estaba terminando el concierto. Descansamos un poquito, escuchando los temas de cierre, y a rodar nuevamente. El grupo que iniciamos nos volvimos a rejuntar y nuevamente quedamos de últimos, pero esta vez, llegar hasta Laureles era cosa breve. En el camino se nos unió un crestudo, su compañera y otra parcerita.

También durante la PUNKYBICICLETA se estaba realizando el rodaje de un cortometraje del colectivo ConspiraccionRec

Ya recapitulando en una acera, escuchando el último grupo de la PUNKYBICICLETA, pero ya no ebrio como en los viejos tiempos, meditaba nuevamente sobre la extraña voz que me advirtió del ritual de “fin de la adolescencia” y, como un pensamiento que no se piensa pero que aparece de la nada, me di cuenta de que era la primera vez que no estaba borracho en un concierto. Que lo disfruté con todos mis sentidos.

Otra de las marcas que hicieron posible el evento http://@elcafe_andariegx

Y nuevamente siento que el punk y la bicicleta redimieron mi vida.

La primera vez que me acerqué al punk era a mediados de los noventa. Casi toda una generación murió por las balas, bombas, narcotráfico y unas comunas convulsionadas. De esas cosas de la vida, empecé a bajar al centro a fumar bareta tranquilo, sin que los milicianos y paracos me lo impidieran, y comencé a conocer a los artesanos punkis hippies de la Playa. Ulises, la Oruga, la Aleida… Me empezaron a mostrar la música punk y así escapé de ese tenso ambiente que se vivía en el barrio.

La bicicleta me salvó del suicidio, porque el rebusque me hizo, hace unos diez años, montarle a la parrilla de la bicicleta una canasta de las que utilizan para transportar frutas y montar allí libros, salir al ruedo… Una vez, producto de una profunda depresión, lo único que vi con optimismo fue la bicicleta y la canasta . Esa voz—que creo que es un pajarito—me indicó coger una carpa, el sleeping, una olla, algo de comer y salir una semana entera a rodar en la bici sin ningún rumbo establecido. Hasta se me olvidó por completo la depresión; la sudé kilómetro a kilómetro, pedaleo a pedaleo, volví a sentir estar el maravilloso mistero de estar vivo.

Flayer del evento , tomado de https://www.facebook.com/ElHormigueroColectivoCultural

Bueno, ahí me disculparán los lectores si me he vuelto sentimental. Debe ser que ya es un síntoma de la adultez: mirar en retrospectiva el camino pogueado y pedaleado.

vamente siento que el punk y la bicicleta redimieron mi vida.

About Post Author

Jaime Sáenz

Filósofo, poeta y cineasta en formación, Jaime Sáenz combina su pasión por las artes y las humanidades con una visión clara para narrar historias relevantes y profundamente humanas. Con una sólida experiencia en fotografía, teatro y literatura, lidera el portal cultural LIBRESCA, reconocido por utilizar el arte como herramienta de conexión, expresión y transformación social. A lo largo de su trayectoria, ha recibido reconocimientos como el segundo lugar en el concurso “Qué hay detrás del Cine” en 2019 y una beca de USAID en 2022 para la creación de piezas audiovisuales centradas en la migración venezolana.
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